En la esquina de la tarde
juegan el niño y el viento.
El viento lo envuelve todo,
y el niño quiere cogerlo.
-¡Detente, viento! –le grita-.
¡Estate quieto un momento!
Y con un batir de alas
el viento se va riendo.
La tarde, perdida en sombras,
en la pizarra del cielo,
con tizas de plata y oro,
dibuja el primer lucero.
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